La tortuga de Darwin, Juan Mayorga.
TEATRO ESPAÑOL DESDE LA GUERRA
El corte que supuso la Guerra Civil en España no dejó, claro está, de afectar al género dramático. Veremos, brevemente –designios de Selectividad-, de qué manera el teatro recorre movimientos existencialistas, sociales, vanguardistas, pero también, conservadores, a lo largo de medio siglo.
Durante la guerra, el teatro, en unos casos, se puso al servicio de la propaganda bélica e ideológica, como en con las Guerrillas del Teatro dirigidas por María Teresa León; en otros casos se intenta recuperar clásicos contemporáneos como Bodas de sangre, de Lorca, o Electra, de Galdós, amén de alguna reescritura como la que hizo Rafael Alberti de La Numancia de Cervantes, representadas todas estas por la Alianza de Intelectuales.
Alberti y María Teresa León
Acabada la contienda, el panorama resultaba desalentador: muchos de los grandes dramaturgos del periodo anterior estaban muertos (Lorca, Unamuno, Valle) o exiliados (Aub, Casona, Alberti) rompiéndose así las líneas con el teatro innovador de preguerra, dejando las líneas más conservadoras (en torno al teatro burgués) condenadas a luchar con las traducciones del teatro extranjero y la continua deserción del público a las butacas del cine.
El teatro del exilio no se puede abordar si nombrar a Rafael Alberti que, con obras como El Adefesio (1944) nos habla de los estragos de la batalla desde una perspectiva existencialista. Alejandro casona representa el simbolismo y la poesía en obras teatrales como Prohibido suicidarse en primavera (1937) o La dama del alba (1944). Max Aub, que en la guerra había sido Secretario del Consejo Nacional de Teatro, completa su actividad como poeta, novelista y también dramaturgo con obras como Morir por cerrar los ojos (1944) o El rapto de Europa (1945) sobre la Segunda Guerra Mundial. Otros dramaturgos del exilio son Pedro Salinas o León Felipe.
En España, abriendo la década de los cuarenta, se observan esas líneas conservadoras que anotamos antes. Una de ellas es el teatro al estilo benaventino (una ligera crítica de costumbres en una estética realista). El testamento de la mariposa (1941) de José María Pemán o Cuando llegue la noche (1943) de Joaquín Calvo Sotelo, atestiguan ese teatro amable, intrascendente, que pretende el entretenimiento del público. Otra de las líneas conservadoras es la continuación del teatro de humor. Enrique Jardiel Poncela, que ya había sorprendido a propios y extraños con Usted tiene ojos de mujer fatal en 1933, rompió con las formas tradicionales de lo cómico a través de situaciones grotescas o inverosímiles. Una de las obras más conocidas es Eloísa está debajo de un almendro (1940) y representa fielmente esas características del nuevo teatro de humor basado en el absurdo de las situaciones, diálogos y personajes cuya historia termina siendo igualmente intrascendente. Heredero del trabajo de jardiel Poncela, Miguel Mihura presenta una obra muy temprana (escrita en 1932, publicada en 1947, estrenada en 1952) que abre la posibilidad de un teatro del absurdo en España: Tres sombreros de copa. El resto de la producción de Mihura (Melocotones helados, Maribel y la extraña familia…) no sigue esa senda rupturista que promovía su primera comedia con sus diálogos inverosímiles, infantiles y grotescos a un tiempo. Una nueva línea teatral, alejada de la conservadora, se abre a finales de la década de los cuarenta en la figura de los jóvenes dramaturgos Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre: el teatro existencialista. Buero consigue introducir una dosis de crítica social, sorteando la censura, en obras como Historia de una escalera (1949) donde los temas humanos tienen un lugar privilegiado. Más radical, Alfonso Sastre con, por ejemplo, Escuadras hacia la muerte (1953) muestra un discurso abiertamente antifranquista.
Buero y Sastre van recorriendo las diferentes etapas del teatro a partir de 1939, modificando sus formas para expresar los mismos temas en una etapa (a partir de 1955) en la que conviven un teatro social y de denuncia con uno conservador. En la década de los cincuenta todos los géneros literarios buscan un público capaz de captar la realidad desde un punto de vista crítico, ya sea porque está más preparado (jóvenes universitarios) o porque está agotado del teatro burgués (que, sin embargo, llega hasta nuestros días). Es el teatro social. Se recogen técnicas valleinclanescas sobre deformación de la realidad, influencias expresionistas y simbolistas para la denuncia sobre el duro trabajo de los obreros, la siempre presente burocracia o las injusticias sociales. Obras como Un soñador para un pueblo (1958, basado en el motín de Esquilache) o El tragaluz (1967), un angustioso drama sobre una familia y sus funestos recuerdos de la guerra, por parte de Buero, representan estas características. La taberna fantástica (1966), a medio camino entre el teatro de denuncia social y el renovador, es el mejor ejemplo de Sastre para esta época. Sin olvidar otro autor social como es Lauro Olmo y su obra La camisa (1961) en la que trata los temas de la emigración y de la miseria. El teatro conservador, en los cincuenta, es del dominio de Alfonso Paso en el ámbito comercial (Juicio a un sinvergüenza, 1952) o de Antonio Gala (Los verdes campos del Edén, 1963) como autor transgenérico que llega hasta nuestros días.
El teatro renovador, que empieza a manifestarse a finales de los años sesenta, recopila las características vanguardistas anteriores a la guerra así como las extranjeras (alegorización de personajes en ideas, un mayor uso del esperpento, la importancia desmesurada de los elementos extraverbales, etc.) en un teatro más complejo y menos realista que introduce elementos de otras artes como el circo o el cine. Buena parte de ese teatro se desarrolla en la calle gracias a la labor de los provocadores grupos de teatro independiente: Els Joglars, Els Comediants, en Cataluña; Los Goliardos, Ditirambo, en Madrid, etc. Los autores que destacan más en esta etapa son Francisco Nieva y Fernando Arrabal. Nieva, digno seguidor de Valle, presenta un teatro de denuncia con estética experimentalista. Su obra se agrupa en tres centros: Teatro furioso (1953-1973), Teatro de farsa y calamidad (1961-1990) y Teatro de crónica y estampa (1976). Arrabal –surrealista, esperpéntico y absurdo a un tiempo- escribe un teatro basado en el humor, la confusión, el terror, el azar y la euforia. Sus primeras obras (Pic-nic, 1952, El cementerio de automóviles, 1965) ya navegan en lo absurdo[i]. Su teatro pánico, de un alto grado surrealista, da paso a obras originales y vanguardistas como La balada del tren fantasma (1975). Buero Vallejo también está presente en esta etapa con La fundación (1974).
Los últimos años, desde la llegada de la democracia, han visto una paulatina desaparición de los autores teatrales porque cada vez se hace menso teatro, se prefiere representar lo seguro (los clásicos), los nuevos autores no se dan a conocer… Con todo, el teatro de estas últimas décadas ha visto grandes obras. Las corrientes o modelos presentes en nuestro tiempo son tres. La primera es la representación de generaciones anteriores, sobre todo en lo que se refiere, por una parte a los vanguardistas de la etapa pasada y, por otra, a autores queridos por el público como Buero Vallejo o Antonio Gala. La segunda es la vuelta al realismo con obras como ¡Ay Carmela! (1986) de José Sanchís Sinistierra o Los ochenta son nuestros (1988) de Ana Diosdado. Y la tercera es la comedia de costumbres renovada con un importante componente urbano como vemos en Bajarse al moro (1984) de José Luis Alonso de Santos.
En fin, un sinnúmero de realizaciones dramáticas diferentes que dan como resultado una rica variedad de tendencias, movimiento y autores. Es de lamentar, sin embargo, que los teatro no suban tanto el telón, lo que, sin duda, perjudica el futuro del género en España.
Luis Merlo en Bajarse al moro (1987) por Ali_rdc
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